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Sobre "Las trabajadoras"

Por Diana del Ángel


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La primera vez que escuché sobre Las trabajadoras todavía no se llamaba así. Fue después de una lectura a la que nos invitó Susana Bautista. Era de los primeros eventos que se hacían pospandemia: íbamos con cubrebocas. Mónica había tenido gripa recientemente pues todo se había juntado con el duelo por la muerte de su madre. La lectura fue en la Casa de la Primera Imprenta, en el Zócalo, se llamaba En busca de la raíz y Mónica nos recomendó leer Una trenza de hierba sagrada. Mientras caminábamos al metro, contó que estaba escribiendo un libro a partir de la acción de “las y los trabajadores de una empresa textil turca: Bravo Tekstil, maquiladora de ropa para Zara y otras grandes marcas internacionales como Next y Mango”. Lo que hicieron fue colocar subrepticiamente unas etiquetas en “los bolsillos de las prendas ya colgadas en las tiendas”. Las etiquetas decían: “Yo hice esta prenda que vas a comprar pero ¡no me pagaron por ella!”. Mónica contó sus dudas: cómo escribir sobre ello sin banalizarlo, cómo poner en el centro de la escritura ese acto rebelde y todo lo que estaba detrás. Mónica dudó y sus dudas, creo, resuenan en muchas de nosotras.


La segunda vez que escuché sobre Las trabajadoras ya tenía este título. Fue conversando con Rafael Mondragón, integrante de la cooperativa editorial Heredad, de la que también forman parte Oliva Velázquez, Hebzoariba H. Gómez, Alejandra Retana, Laura García, Regina Olivares, Pablo Reyna, Rubén Ortiz y Manuel Durán. Rafa me contó sobre una nueva colección que estaba por salir. El espíritu de Siembra de lluvia, es “materiales breves que imaginamos como gotas que se filtran a través de la tierra para germinar una semilla que ha estado esperando el llamado a la vida”, dicen las compañeras de Heredad en su presentación de la colección.


Parte de la apuesta de Siembra de lluvia es cuestionar esa idea del libro canónico que sigue vigente en muchos espacios. Las gotas de esta colección son pequeñas, enseñan que la economía de los materiales no se divorcia de un bello diseño editorial ni mucho menos de la calidad literaria que contienen. Rafa también me comentó que la colección estaba pensada para salir a principios de 2024 pero, en parte por su enfermedad, se había retrasado. La noticia me enterneció porque Mónica, junto con los otros autores, esperó y no retiró su publicación. Y esa espera, en ese contexto, también quería decir cariño, cuidado, confianza.


La noticia me emocionó también pues quería saber cómo Mónica había resuelto esas dudas que también me carcomen y, a veces, paralizan cuando escribo. Las trabajadoras se compone de nueve apartados: Conjuros, Materiales, Inventario, Dejar las marcas, dejar mensajes, Coser y cantar, Una máquina puede ser una casa, Transcripciones dictados, Venia flores y Máquinas utópicas, donde hay rastros, pedazos de un mapa, piezas para utopías y, sobre todo, semillas de preguntas: poderosas dudas sobre los límites de nuestros actos.


¿Cómo escribir sobre la pobreza, sobre el trabajo precarizado, sobre la carencia de seguridad social desde una mesa de café o escritorio? Quizá reconociendo los puentes y las distancias. Si bien como escritoras a veces tenemos buenos empleos, lo cierto es que la gran mayoría la mayor parte del tiempo escribimos sin seguridad social, trabajando a destajo, sin una herencia que nos respalde. Es decir, hay una serie de cosas que podemos entender de ese trabajo precarizado que no es reconocido ni remunerado, y también podemos entender que eso no nos coloca en el mismo lugar que a las y los trabajadores de la maquila del mundo.


¿Qué es el trabajo? ¿Nuestro trabajo con la palabra es igual de valioso que lavar los trastes? ¿Qué diría el “señor capital” de este día en que nos reunimos a celebrar este premio? ¿Festejar es un trabajo? ¿Si lo disfruto, entonces ya no es trabajo? ¿Solo si lo padezco, merezco que me paguen? Si “lavé y fregué”, si “pulí ollas hasta ver mis ojeras” ¿realmente podría decir que trabajé? ¿Estar frente a la computadora tecleando códigos, borrándolos, es un trabajo? ¿La escritura es pasarse horas pensando cómo reescribir un código? “Todo boicot aparece en rastros”, buscarlos, perseguirlos, dar con ellos, en el mundo analógico o virtual, también es un trabajo.


Como ocurre en muchas cosas si tal acción es hecha por un hombre es trabajo, si la hace una mujer no merece ese nombre ni ese reconocimiento, ya no digamos remuneración. La profesionalización de la escritura para las mujeres en nuestro país llegó pasada la primera mitad del siglo XX. A mediados de siglo muchas escritoras lidiaron con ello, si bien ya pudieron publicar usando su nombre, el trabajo de Inés Arredondo, por ejemplo, que “corregía los textos, armaba los números, asistía a las reuniones para discutir qué materiales se publicarían” no tuvo créditos –ni remuneración– como miembro del Consejo de redacción de la Revista mexicana de literatura, según nos recuerda la investigadora Claudia Albarrán.


Desde los años ochenta las generaciones de escritoras pueden acceder a becas como el FONCA, el SNCA, residencias de escritura en el extranjero, pueden obtener trabajo en editoriales, revistas, semanarios, periódicos. Es decir, nuestras generaciones se han desarrollado en el marco de la profesionalización. ¡Qué maravilla! Y “¿estos huesos reventados?” Mirando un poco más de cerca sabemos –gracias a estadísticas hechas por investigadoras como Soraís Castañeda– que la mayor parte de las becas del FONCA son otorgadas a hombres, lo mismo que las del SNCA, pues el principio de paridad de género no ha permeado esos ámbitos. Sabemos también que si bien puedes trabajar en editoriales y revistas eso no te exime de cumplir con tus “obligaciones” de crianza y cuidado de la casa. –Hola: Doble jornada–. Sabemos que puedes trabajar en editoriales y revistas, tener una beca, recibir premios, ser publicada, incluso reconocida, y eso no te libra del acoso, de las agresiones verbales y físicas, de abusos sexuales, en fin, de la violencia que viven muchas mujeres en nuestro país. Sabemos que puedes escribir toda la poesía posible, publicarla ya es vanidad, nos dice el mercado editorial que privilegia otros soportes textuales.


Aunque las condiciones para las mujeres que escribimos ahora han cambiado con respecto a lo que era a mediados de siglo XX, hay muchas cosas por las que seguir trabajando. “Para conjurar hay que tener un hilo y hacer costura, hacer un gesto de trabajadora, como lo hicieron mi abuela, mi tía y mi madre”. Esto que Mónica enuncia, también lo sabemos y por eso, lectoras, escritoras e investigadoras, construimos espacios, dentro y fuera de las instituciones, para recobrar nuestra memoria literaria, para nombrar a nuestras ancestras olvidadas, para traer de vuelta la República femenina de Juana Belén Gutiérrez, para honrar a las que ya no están y a las que buscan, porque nuestra “lengua es el hilo que otra mujer tiñó”.


La escritura es un trabajo y una espera: silencio. Sin embargo, no pocas veces con mis amigas lamentamos no ser lo suficientemente trabajadoras ¿para.. qué? Por suerte, “Nunca escribimos solas. Estamos sostenidas por esas otras que hicieron preguntas acerca de lo que te preguntas”. Mónica Nepote tiene un ensayo que comienza exponiendo “la culpa por ser lenta”; lo más bello y sabio del texto es el final, donde dice:

“Estoy escribiendo tarde pero a tiempo, mi cuerpo puede respirar mejor porque durante el principio de este texto y su final han pasado días, he llorado, he pensado, he respetado mis tiempos de silencio y de maduración, he extrañado y me he sentido contenta. Todo pasa por aquí y me gustaría que se notase en su tono o en su color, en su manera de encarnar en lenguaje. Soy estas letras y estas emociones”.


La escritura de Mónica Nepote está en otro lado, es siempre distinta de lo que se espera. Una vez en 2018, varias intentamos sostener la colectiva MJM; ella estaba en la comisión de seguridad y llegó con la idea de hacer un mapa de la ciudad enorme sobre el que nos pusiéramos todas para saber /aprehender nuestras rutas con el cuerpo. Aunque ya no pudimos llevarlo a cabo, me gusta pensar que esas utopías son también la escritura de Mónica, junto con sus caminares en las montañas y en las marchas, su gestión en el FETA y en el CCD, sus cuidados y sus llantos, su indignación y su cariño, lo que está impreso y lo que no llegó al papel, en sus conjuros-semilla que esperan el tiempo propicio para pronunciarse y florecer en la escucha atenta de quienes la llamamos maestra.


Este texto fue leído en la entrega del Premio Xavier Villaurrutia 2024 a Las trabajadoras de Mónica Nepote, el 29 de julio de 2025.

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