No sólo mis ideas
- Rafael Mondragon
- hace 22 horas
- 4 Min. de lectura
Por Diana del Ángel

Cuando era niña no quería ser escritora.
No sabía que eso era un oficio o una profesión.
Crecí en una colonia del Estado de México donde las calles todavía no estaban pavimentadas, los vecinos se organizaban para que el municipio les mandara pipas de agua, a falta de tuberías, apenas comenzaban a llegar los servicios básicos. La escuela a la que asistía enseñaba que las profesiones posibles, en el mejor de los casos, eran la abogacía, la medicina, la docencia o la enfermería. Todas profesiones muy útiles y dignas. También estaban las ocupaciones de las vecinas: estilista, vendedora de pollo como doña Carmen, verdulera como doña Leonila, demoedecan como Lupe, hacedora de gorditas y tlacoyos, trabajadora doméstica, cocinera. El trabajo de ama de casa no contaba porque sabemos que no era, ni es, remunerada. Malamente se afirmaba que si eras “niña burra”, te tocaría alguna de las ocupaciones; si eras niña lista, podrías ser de alguna de las primeras profesiones. Como yo era de las segundas, siempre que me preguntaban, para salir del paso, decía que iba a ser abogada porque quería ayudar a la gente.
Mi familia es de origen campesino e indígena, con la migración perdieron muchos de sus baluartes como la lengua náhuatl y el aire puro de la sierra. Durante varios años fui la única persona en mi familia con un posgrado, la primera mujer en titularme de la licenciatura –por suerte mis sobrinas también lo han logrado–; lo que quiero decir es que en mi familia no se sabía mucho sobre las opciones en la educación superior pública, desde luego se aspiraba a que llegara a la universidad, pero ¿qué iba a estudiar? Eso ya se vería llegado el momento y en cierto modo era lo de menos, para mis papás el hecho de que sus hijos estudiaran ya era un gran triunfo. Además en esa época todavía se creía que la educación era un factor de movilidad social, que el neoliberalismo se encargó de desactivar.
Supe de los escritores por casualidad. Gracias a una tarea que consistía en hojear antiguas revistas de moda y recortar todo lo verde que encontrara. No sé por qué me detuve en un artículo que hablaba de los escritores, probablemente mencionaban a García Márquez o Fuentes, que eran los escritores de moda en ese momento. ¿Qué hacen los escritores?, le pregunté a mi mamá que estaba doblando ropa o cosiendo un pantalón. Ella una mujer, que había estudiado hasta el quinto año de primaria, pero con gusto por la lectura, me dijo pues escriben historias. Qué raro, pensé. Se me hacía inconcebible que eso fuera un trabajo. Qué gente tan rara, pensé. Y seguí buscando figuras verdes.
Fue en la adolescencia cuando descubrí que la escritura era algo vital para mí. Que era mi forma de existir en el mundo. Y años después tuve la fortuna de recibir un estipendio por escribir no historias, sino poemas. La niña que buscaba figuras verdes en revistas de moda, no me creería si le dijera que, con altibajos, con todo y sus asegúnes, he podido vivir de lo que escribo, ya sea lo creativo y lo académico, pues también he tenido la fortuna de ser beneficiaria de las becas de estudio para maestría, doctorado y posdoctorado –de otro modo difícilmente habría podido estudiar–. Algo que le diría a esa niña que fui y que no se imaginaba que era posible ser escritora, sería que a veces las cosas que una no se imagina que hará salen bien. Procesos de la noche, que es un libro muy querido para mí, también salió de un no-imaginar. Nunca pensé que escribiría sobre Ayotzinapa y en cierto modo, no quería hacerlo, pero al final elegí hacerlo y agradezco por ello.
Hace tiempo, Heredad, en voz de Rafa me ofreció un espacio en su página para tener un blog donde pusiera subir lo que quisiera, cosas que no necesariamente estén acabadas, apuntes, un espacio pues. Nunca imaginé tener un blog, pero como ya aprendí que a veces hacer lo que nunca imaginaste puede salir bien, elegí tomar ese espacio. Además, también me mueve corresponder al cariño y hospitalidad que me brindan personas con un proyecto tan bello. Así que comienzo con este espacio que llamé No solo mis ideas, porque hace poco hubo uno de esos debates en rrss sobre un tema literario –no abundaré ahora en ello– y yo le pregunté a un colega, a quien respeto, por la definición de un término que sobresalía en la discusión, él me respondió, yo le agradecí y él me agradeció por el diálogo. Sin embargo, lo que me llamó la atención fue que este colega enfatizó que su definición era personal solo de él y para él. Desde luego entiendo esta prevención, considerando que en redes sociales el ataque y la agresión se convierten en la norma de la conversación.
Yo misma he recurrido a expresiones como “para mí”, “desde mí personal punto de vista”, como si me parapetara detrás de ellas esperando no ser atacada. Y en cierto modo funcionan, pero también aíslan. Una idea no puede ser solo mía, porque invariablemente me nutro de otras ideas que se generan en otros cuerpos, al mismo tiempo, en mayor o menor medida, mis ideas nutren a otras y otros. Imagino un mundo en el que cada persona tuviera sus propias ideas que solo funcionan para esa persona y lo que veo es un panorama de locura, gente hablando solo para sí. No es un mundo que quisiera. Por eso apuesto por un espacio donde se puedan confrontar, contaminar ideas, que las ideas de otros traspasen, siempre con respeto, esa frontera personal. Escribiré sobre todo de literatura, de cosas que leo y me gustan, sobre mis piensos en torno a la crítica y la cultura, sobre las cosas raras que me gustan. Y en el mejor de los casos estas ideas encontrarán una comunidad.



