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¿Por qué causa tanto miedo el wokismo?

Por Leah Muñoz Contreras


Crédito de imagen: Aquí.
Crédito de imagen: Aquí.

Esta semana me volví a encontrar la circulación del término “woke” en publicaciones de redes sociales de distintas personas en México. En un caso, una joven mexicana, universitaria, marxista y militante del movimiento estudiantil, compartió un vídeo en donde el periodista español José Miguel Villarroya sostiene que el “wokismo se ha creado para destruir la ideología real de izquierda y cambiar la ideología de la lucha de clase”, una manera de “dividir a la clase trabajadora dicéndole: tú no eres trabajador, tú eres del colectivo LGBTI, tú eres mujer, tú eres negro”. ¡Un supuesto “caballo de Troya” de la ideología burguesa!


En un segundo caso, el reconocido biólogo y científico mexicano de la UNAM Antonio Lazcano Araujo escribió un artículo de amplia difusión en el diario Reforma titulado “La tiranía del wokismo”. En este sostiene que el wokismo es un movimiento asociado a las luchas de las mujeres, las minorías sexuales y los grupos étnicos, y que ese movimiento ha ido demasiado lejos porque ha abusado de las cuotas y ha provocado a una exageración oportunista de las identidades. Lazcano dice que la "corrección política", a la que considera intrínseca al wokismo, ha llevado al chantaje político y al temor al linchamiento moral. Recuperando el argumento del famoso libro de Susan Neiman, Left is not Woke, el científico mexicano defiende que una cosa es la izquierda y otra el wokismo, y asevera que las luchas de las minorías le deben más a la izquierda social que a la corrección política. El artículo concluye sosteniendo que la crítica al wokismo no es una prerrogativa de la derecha.


Quedé sorprendida por estos dos casos, que resultan llamativos y sintomáticos de los tiempos que vivimos. Dos personas que se reivindican de izquierda, en un caso, y de pensamiento crítico, en el otro, adoptan un concepto nebuloso, que tiene su origen en los círculos intelectuales de ultraderecha y ultracatólicos en Estados Unidos. Woke y wokismo han sido expresiones de uso común entre figuras políticas e intelectuales de la ultraderecha como Donald Trump en Estados Unidos, Javier Milei y Agustín Laje en Argentina, Ricardo Salinas Pliego en México, y entre intelectuales ultraconservadores de la Iglesia Católica. Todos los proyectos políticos de estos personajes se han construido en nombre de una supuesta cruzada en contra de lo que llaman wokismo.


¿Pero qué es el “wokismo” o lo “woke”? ¿De dónde surgió la palabra? ¿Quiénes la inventaron y qué quería decir originalmente? ¿Por qué hoy causa tanta alergia como para provocar tantos ataques, no solo de la ultraderecha y la derecha sino también de algunas personas de izquierda o que reivindican el pensamiento crítico?


La palabra “woke” nació como una expresión informal del inglés de las comunidades afroamericanas. Originalmente designaba lo que en español significaría “despierto” o "atento", es decir, el intento de mantenerse despierto y consciente de la realidad y las injusticias sociales. El origen de la palabra es controvertido, pero de acuerdo con el artículo Who’s Afraid of Being Woke? – Critical Theory as Awakening to Rascism and Other Injustices (¿Quién le teme a ser woke?- La teoría crítica como un despertar frente a la borradura y otras injusticias) de la investigadora Berta Hernández Truyol, “woke” apareció en la primera mitad del siglo XX como una expresión dentro de las comunidades afroamericanas que se ligaba a su combate al racismo, tanto en la vida cotidiana, como dentro del movimiento obrero en Estados Unidos. Fue, por ejemplo, el caso del sindicato minero United Mine Workers of America, que al tener una gran presencia de trabajadores afroamericanos se caracterizaba por tener una política antiracista. “Stay woke” era una manera de decir: mantente consciente y al tanto de lo que ocurre con la sociedad de clases y racista de Estados Unidos. El término tomaría una gran fuerza en el siglo XXI con la emergencia del movimiento #BlackLivesMatter en 2014 -a raíz del asesinato de Michael Brown a manos de la policía-, para luego mezclarse y circular dentro del movimiento de mujeres y feminista en 2017.


De esta manera, lo woke no fue un movimiento, sino que más bien ha sido un término ligado a la histórica lucha contra el racismo de las personas afro en Estados Unidos, y más recientemente también a la lucha de las mujeres en la última ola de movilizaciones en ese país. Sin embargo la conceptualización de lo woke o wokismo como un movimiento en sí mismo, ilegítimo y estigmatizado no tendría lugar sino dentro de las elaboraciones teóricas de la ultraderecha y el ultraconservadurismo, cuyos discursos hoy reproducimos muchas veces sin darnos cuenta.


El teólogo Walter Redmond, uno de los intelectuales del ultracatolicismo, conceptualiza el wokismo como una "guerra cultural y política", un "fenómeno político" y un "movimiento" que supuestamente tiene sus orígenes en la izquierda y el marxismo de la década de 1960. La reapropiación “posmoderna” del marxismo dentro de las universidades, sostiene, ha dado lugar a un fenómeno político que tiene por objetivo instaurar un "totalitarismo" e “imperialismo” anclado en una "ética sexual y racial" la cual supuestamente se opone a los cánones científicos, y que solo se ha traducido en un ataque a la familia tradicional, a la blanquitud y a la Iglesia. Una de las características de lo woke es el llamado totalitarismo de la supuesta "cultura de la cancelación" mediante la que, según este pensador, se ha impuesto la "política de la identidad" y el "pensamiento interseccional". Ser antiwoke, desde su perspectiva, es ser disidente frente al orden dominante establecido.


Desde planteamientos como el de Redmond, se ha convocado a una cruzada anti-wokismo que se ha propuesto atacar la enseñanza e investigación de contenidos que tienen que ver con la teoría crítica de la raza y los estudios de género por considerarlos “ideológicos” y parte del “marxismo cultural”. Se ha atacando el derecho a la educación de les niñes argumentando que no pueden estar expuestos a la “ideologización”. Asimismo, esa cruzada ha tomado como su objeto de ataque las políticas afirmativas de diversidades, la equidad y la inclusión en escuelas y centros de trabajo. Igualmente, ha buscado atacar los derechos sexuales y reproductivos de mujeres y personas LGBT+. En síntesis, los enemigos del antiwokismo son las minorías movilizadas que históricamente han denunciado las injusticias y desigualdades sociales racistas, machistas y cisheterosexistas: las mujeres, y las minorías sexogenéricas y raciales. Más o menos esta ha sido la fórmula de ataque seguida por la ultraderecha en aquellos países en los que ha llegado al poder.


Sin embargo, si lo woke no es, ni ha sido, un movimiento real, y es más bien la conceptualización de un fenómeno imaginado por la ultraderecha y el neoconservadurismo para construir un chivo expiatorio, un enemigo con el cual justificar su proyecto político, vale la pena preguntarnos: ¿por qué ese enemigo imaginario ha tenido una aceptación dentro de distintos sectores sociales, incluso dentro de personas que se reivindican de izquierda y de pensamiento crítico? ¿Cuál es el malestar que este discurso está sabiendo capturar, al grado de crear un movimiento social de reacción al imaginado fantasma de lo woke? ¿Qué es lo que el discurso antiwoke captura de la realidad que está sirviéndole a la ultraderecha, no sólo para legitimar sus ataques contra las minorías, sino para hacer avanzar su proyecto político, que -por cierto- también es un ataque hacia la clase trabajadora de conjunto?


Una de las respuestas que encuentro a estas preguntas tiene que ver con un malestar real y existente con el discurso y las políticas de identidad dentro del capitalismo neoliberal. Durante el neoliberalismo, las políticas de identidad se volvieron política de Estado y política de mercado, al mismo tiempo que se precarizaba la vida de las grandes mayorías mediante la implementación de medidas de ajuste económico y pérdida de derechos laborales. El discurso de las identidades y la diversidad fue la forma que el neoliberalismo adoptó para recubrir y endulzar las políticas de superexplotación laboral y austeridad. Esto es lo que la filósofa marxista Nancy Fraser ha llamado neoliberalismo progresista. Aunque el análisis de Fraser se centra en Estados Unidos, en general describe una tendencia que adoptó el neoliberalismo en muchos países, incluso en Latinoamérica tras las llamadas "transiciones a la democracia", luego de las dictaduras neoliberales.


A los ojos de muchas personas, las políticas de identidad forman parte y están ligadas a un momento histórico del capitalismo en el que la explotación y la desigualdad aumentaron al grado de que, para algunas personas, las reivindicaciones identitarias y el neoliberalismo toman la forma de equivalentes... O son de plano lo mismo. La existencia de discursos liberales sobre la identidad y la diversidad que reproducen la lógica individualista, competitiva y meritocrática del status quo capitalista neoliberal sólo han servido para reforzar la asociación entre políticas de identidad y neoliberalismo. Por ejemplo, muchos partidos políticos han llegado al poder con discursos progresistas en donde se hablaba del reconocimiento de las mujeres, las minorías étnicas y las diversidades, a la par que mantenían la explotación laboral capitalista y la precarización de las condiciones de vida. Así también, las políticas de identidad y los discursos de visibilización de la diversidad al interior de muchas empresas ha permitido desviar la atención y la crítica social de las condiciones de explotación que mantienen hacia sus trabajadorxs...


Al mismo tiempo, hay que señalar lo obvio: esas políticas de identidad, implementadas durante el neoliberalismo, no acabaron con el machismo, el racismo y la LGBTfobia. Las bases estructurales de la ideología racista, machista y cisheteronormada se mantuvieron, si bien no intactas, sí fuertes en sus cimientos: estoy pensando en la división sexual del trabajo, el fortalecimiento de la estructura de la familia tradicional y la explotación y opresión imperialista de las potencias capitalistas sobre sus colonias y semicolonias. La fuerte y desilusionante realidad de que la “igualdad ante la ley” no lleva necesariamente a la igualdad ante la vida dio lugar a que el fenómeno social de la "cancelación" y la llamada "corrección política", a la par de las estrategias punitivistas centradas en el castigo y la exposición pública de los conflictos entre los individuos, se volvieran las herramientas generalizadas -y en muchos casos tolerada por quienes en el poder político no pretenden un cambio radical sino beneficiarse de las lógicas punitivistas y securitistas- ante la impotencia de un mundo que seguía siendo profundamente hostil con las mujeres, las minorías sexogenéricas y raciales.


Es debido a lo anterior que las políticas y el discurso de la identidad se han traducido en una situación ligada al crecimiento de la pobreza y la precariedad, pero también al aumento de la polarización social. Esa polarización se origina en los sentimientos de frustración de minorías indignadas ante una sociedad capitalista que, a pesar de sus discursos sobre la inclusión y la diversidad, continúa siendo profundamente conservadora y jerarquizante.


El antiwokismo de la ultraderecha surgió en ese contexto. El fantasma del wokismo se convirtió en el chivo expiatorio que el conservadurismo capitalista utiliza para canalizar el malestar real de la precarización económica y la creciente polarización social. De acuerdo con el antiwokismo, la responsabilidad de la precarización de la vida y la polarización social está en la “intolerancia”, la “tiranía” y el “totalitarismo” de las minorías organizadas que reclaman y denuncian las violencias y el odio al que se enfrentan cotidianamente dentro de sociedades que supuestamente se dicen igualitarias. La crisis que vivimos hoy -dicen los teóricos de la ultraderecha- es culpa de las "políticas de identidad", que se han excedido al reclamar mayor presencia social y política de mujeres, personas racializadas y LGBT+. Y dicen todo eso mientras los gobiernos antiwoke de ultraderecha implementan más y más planes económicos que precarizan la vida.


Lo que oculta y omite ese discurso antiwoke es que, en vez de ser las mujeres, las personas LGBT+ y racializadas, los enemigos verdaderos en realidad son los gobiernos capitalistas, que instrumentalizaron tanto como pudieron el discurso feminista, antiracistas y LGBT, en sus versiones más liberales, para mantener su dominio económico y la agotadora esclavización a sus ritmos de trabajo. Ha sido el capitalismo el que -al favorecerse de y mantener un orden sociopolítico y económico machista, racista y cisheteronormado- ha gestado escenarios de polarización social cada vez más reactiva, que han desembocado no solo en el fenómeno de la cancelación, sino también en identitarismos cada vez más esencialistas, nocivos y fragmentarios.


Lo preocupante de todo esto no es solamente que el antiwokismo gane simpatizantes, sino que dentro de estos existan personas que se reivindican como críticas y de izquierda. El discurso que distingue entre una “izquierda woke”, que incorpora a las minorías y el discurso de las identidades, y una “izquierda verdadera”, que se centra exclusivamente en la política de clase, ha ido ganando algunos simpatizantes dentro de esos círculos. Esto en parte ocurre teniendo como antecedente que la izquierda anticapitalista y marxista por décadas ha criticado las políticas de identidad durante el neoliberalismo, por ver en ellas la instrumentalización del capitalismo que he explicado párrafos atrás. (Muchas veces esa crítica se hizo con buenas razones... Otras reprodujo los prejuicios de la sociedad dominante, con su machismo, su LGBTfobia y su sectarismo). Sin embargo, que ahora una parte de la izquierda adopte el concepto “wokismo”, y coincida con la ultraderecha en que el problema son las políticas de identidad en sí mismas y todo discurso sobre las mismas, y no la manera en que han sido cooptadas por el capitalismo, solamente revela la manera en que el sentido común reaccionario de la derecha está siendo adotpado por cada vez más gente. Incluso entre la propia izquierda.


Hay que recordar que en el 2017 la acusación del “caballo de Troya del feminismo” -muy similar a la acusación de caballo de Troya que hoy se lanza desde la izquierda contra el fantasma del wokismo- se empleó en varios países dentro del movimiento de mujeres para satanizar a las personas trans y a la teoría queer. Así se logró avanzar en un proceso de derechización del movimiento de mujeres que llevó a su fragmentación. Hay que recordar que ese proceso fue orquestado intencionalmente por los arquitectos del discurso de la ultraderecha en Estados Unidos para debilitar dicho movimiento y permitir el surgimiento de un feminismo conservador. Este último se ha vuelto fundamental en el apoyo y fortalecimiento de la ultraderecha a nivel internacional. Este proceso es algo que la investigadora Julianna Neuhouser documenta en el informe Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de los movimientos antitrans y antigénero en México. Habría que sospechar de que un discurso similar comience a circular entre las filas de la izquierda. No es imposible que él ayude a revivir el machismo y la LGBTfobia que en el pasado existió dentro de la izquierda revolucionaria.


El uso del fantasma del wokismo por parte de sectores de izquierda y de personas que reivindican el pensamiento crítico es una muestra de la manera en que la ultraderecha está derechizando el sentido común y tomando ventaja ideológica al colocar sus conceptos como los únicos que marcan los términos del debate político. Términos y conceptos que en última instancia están ligados al proyecto político de Trump y la ultraderecha internacional, que no solamente es profundamente antifeminista y racista, sino también antimarxista y anticomunista. No creo exagerar en este punto. La Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés) de 2023 tuvo por tema “Awake not Woke” (Despierto, no Woke). Esta adopción del sentido común conservador no sólo muestra la incapacidad intelectual dentro de algunos sectores de la izquierda para avanzar una conceptualización propia de la crisis sistémica que hoy atravesamos. También actualiza el riesgo de que la integración en nuestros análisis de un concepto reaccionario genere fracturas al interior de los movimientos sociales de resistencia a la ultraderecha que actualmente articulan la alianza de amplios sectores de trabajadorxs, mujeres, minorías raciales-étnicas y sexogenéricas y el movimiento proPalestina.

 
 
 

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