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Mundos anticoloniales

Por Josefa Sánchez Contreras




Santa María Chimalapa. Fotografía de Esteban Delgado
Santa María Chimalapa. Fotografía de Esteban Delgado

¿Es posible imaginar sociedades poscoloniales cuando se recrudecen las guerras? ¿Es posible la descolonización de los territorios ocupados en tiempos de crisis energética y escasez de recursos minerales? ¿Lograremos los pueblos indígenas sortear el incremento de los despojos extractivistas?


Son preguntas que me hago constantemente ante un escenario de acelerada destrucción de nuestra madre Tierra, asociada al aumento de la violencia y los genocidios aplicados en los territorios de los pueblos indígenas de distintas latitudes del mundo. Lo cierto es que esta catástrofe ambiental que amenaza el futuro de eso que llamamos humanidad no es nueva, por el contrario, es tan antigua como el mismo colonialismo y de hecho hunde sus raíces en esos siglos XV y XVI cuando se inauguró la conquista, el despojo, la esclavitud y el racismo.


En mi reciente libro titulado Despojos racistas. Hacia un ecologismo anticolonial sugiero que hace siglos los pueblos indígenas venimos atravesando ciclos de catástrofes ambientales y fines del mundo, asociados a los genocidios coloniales. La superación de los límites biofísicos del planeta en el siglo XXI es un hecho ya irrefutable constatado por la comunidad científica; no obstante, es una realidad que hace tiempo los pueblos indígenas venimos advirtiendo.


Por eso cuando miro la profusa historia anticolonial de los pueblos, caigo en la tentación de imaginar que son los otros mundos posibles y que su largo proceso de sobrevivencia enseña y da claves para atravesar una vez más esta crisis planetaria. Sin embargo, pronto caigo en la distopía de que en los territorios de los pueblos indígenas las guerras nunca cesaron. Las guerras sólo se configuraron, pero nunca se detuvieron.


En ese escenario insisto en preguntar: ¿cómo imaginar sociedades poscoloniales ante la agudización del racismo y el colonialismo? Lo que se pone de manifiesto es la estrecha relación entre el racismo y la destrucción de la Tierra. El racismo tiene y ha tenido la función de legitimar los despojos aplicados en los territorios del Sur para lograr los procesos de industrialización del Norte global. Actualmente esto se renueva en distintas versiones, tanto en su abierta expresión fascista negacionista como en su versión menos visible justificada en el imperativo de mitigar la emergencia climática y de superar la crisis energética, tal como se ejemplifican en los megaproyectos eólicos, fotovoltaicos y de hidrogeno verde.


Tengo los ojos y las manos aterradas por describir una y otra vez cómo opera el colonialismo. Preferiría escribir sobre la lengua florida de nuestros pueblos, pero me siento despojada de mi lengua madre; quisiera escribir más sobre la utopía viva de nuestras comunidades, pero habito las asfaltadas metrópolis; quisiera escribir sobre los episodios heroicos de las luchas y sobre las reformas supuestamente logradas para los derechos indígenas, pero me es imposible soslayar el despojo y el racismo, precisamente cuando mi cuerpo lo atraviesa, cuando el territorio donde nací está amenazado.


No podemos afirmar que vivimos en sociedades poscoloniales. Los procesos de descolonización de los siglos XIX y XX han dado continuidad a nuevas lógicas de colonialismo arraigadas a la economía, a una lengua dominante y a un Estado único e indivisible. Las guerras suscitadas por la colonización no cesaron. La historia y la memoria de los pueblos indígenas está llena de episodios anticoloniales, insurgencias, motines y rebeliones que tampoco nunca cesaron.


Esas corrientes anticoloniales, que irrumpen los proyectos genocidas, son luchas ancladas a los territorios históricos. Impugnan los racismos y los colonialismos cual fuerte torrente de un río crecido. Las defensas de los territorios no se rigen por los tiempos teleológicos, ni son siempre visibles, a veces corren como aguas subterráneas. Son irrupciones que en nuestro siglo XXI ponen freno a la devastación y al extractivismo. Son mundos anticoloniales fincados en el entendimiento de que la Tierra no tiene dueño bi nax nenti koyumi.


Josefa Sánchez Contreras pertenece al pueblo angpøn de San Miguel Chimalapa. Es investigadora, escritora y activista. Escribe sobre colonialismo energético e historias de los pueblos amerindios. Su reciente libro se titula Despojos racistas. Hacia un ecologismo anticolonial (Anagrama, 2025).

 
 
 

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