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Francesca Gargallo y el tres como sendero apocalíptico

Por Danush Montaño



Fotografía para la portada de La semilla (Plan Campesino de Solteras) de Francesca Gargallo
Fotografía para la portada de La semilla (Plan Campesino de Solteras) de Francesca Gargallo

En la dialéctica hay un acontecer, un paso que se da tras la confrontación entre dos elementos discordantes. La diferencia genera un chispazo, el fuego surge y consume lo antiguo, brotan plántulas en un movimiento que se replicará, a futuro, en el de los cogollos. El número tres como ese algo donde palpita la vida y nutre la muerte. Un triángulo que alza su vértice superior a los cielos, sin dejar la raíz: los ángulos que marcan su conexión con el humus.


         Estas lógicas triádicas, feroces desafíos al dualismo cartesiano, al binarismo castrante, se encuentran en la vida y obra de la escritora Francesca Gargallo. Un dualista acérrimo la catalogaría de contradictoria, como mediocre argumento para invalidar su valía, pero en realidad es esa unión de contrarios su fortaleza. Italomexicana, así es una identidad más allá de ambas nacionalidades. Activista y escritora, otra sinergia que da un paso más. Y, sobre todo, en su obra, se repite el tres.


         Se le llama dualismo cartesiano a la división entre naturaleza y cultura, a la megalomanía de una humanidad que se siente separada del resto de seres que habitan Gaia. En esta división, con fuerte carga axiológica, es decir, con jerarquía, se encasillaron entes respondiendo al ejercicio del poder. Así, a las mujeres se les asoció a lo natural, en los dominios del dios Pan, después mutado con el Satanás cristiano, el carnero seductor, bestial: pezuña hendida. Mismo ordenamiento aconteció con otros grupos subyugados: pueblos originarios y sujetos racializados. Categorías que, en ocasiones, parecían traer rasgos virtuosos, pero no por ello menos deshumanizantes: el buen salvaje, en conexión directa con la naturaleza, puro y, por ende, infantil, simple, incivilizado, sin alma.


         Este es el tema de Gargallo, de sus novelas Estar en el mundo (1994), Marcha seca (1999), ambas en Ediciones Era, y La costra de la tierra (2023), La semilla (2023), ambas en Heredad. Los personajes se enfrentan a la crisis climática, a un choque entre el tiempo humano y el planetario, entre mundo y Gaia, donde el dualismo cartesiano se trastoca. “Nuestra vida es tan corta que muchas veces no podemos percibir el sentido del tiempo geológico.[1]” Las acciones que la humanidad realiza sobre el entorno, sobre ese paisaje supuestamente inmóvil, de óleos vivaces, decorativo, pastoral, presto a ser explotado, cobran factura. El tiempo de la civilización, de los imperios, se vuelve incierto por el doomsday de los límites y las fronteras climáticas. El minutero más y más cerca a medianoche. La sexta extinción masiva no es sólo una serie de bichos innombrables muriendo, sino sistemas complejos que comprometen las frágiles cadenas de alimentación humana. “Al maíz esto no se le puede hacer; es como matarnos.[2]


         Mujeres, sobre todo mujeres, actúan en estas novelas, discuten y reflexionan la nueva realidad. Pero lo hacen de manera contradictoria. No hay personajes panfletarios que predican y regañan. Al contrario, se muerden la lengua porque se descubren erradas, dan pasos en falso, se tropiezan con la misma piedra de siempre, pero con la caída avanzan. No adoptan la vía de ciertos ecofeminismos, donde la vinculación con la naturaleza se vuelve esencialista, y no político e histórica. Esto también abre su narrativa a la interseccionalidad, a considerar otras luchas, a otros grupos subyugados por ese dualismo cartesiano. El colonialismo y el capitalismo comparten el sillón de acusados junto con el patriarcado. “La propiedad privada ha colonizado los horizontes y ha destruido la libertad de movimiento.[3]


         Los triángulos amorosos son un factor que se repite en la obra de Gargallo. Hay variedad de grados, algunos vértices son platónicos, otros meramente sexuales, tal es el caso de Estar en el mundo y Marcha seca, pero en los más interesantes se tratan de relaciones horizontales, cercanas al poliamor, donde la intelectualidad y los cuidados tienen prioridad, así sucede en La costra de la tierra y La semilla. Una mujer reúne a un geólogo y a un pintor, bajo el techo de la misma cabaña, para compartir ideas: “Me invitó para que hablemos de la tierra. Se ha convertido en su obsesión. A mí también me convocó para lo mismo. Por primera vez, los dos hombres se sonríen[4].” O en La semilla, donde los amantes trabajan juntos para defender al maíz y la tierra.


         Gargallo utiliza al erotismo como vía para compartir ideas, ejercer la compasión, es, pues, un ejercicio político: “Y sus dedos en la llaga, su palma abierta en el esternón en que se había hundido la guerrilla centroamericana y sus traiciones, su codo en el ombligo de la tierra: mi mar abandonado, mi sierra a la que no sabía volver, los incendios de mi bosque, los oxidantes en mi aire. Grité, gemí, no lloré. Las lágrimas son consuelo y sus manos me curaba mucho mejor que ellas.[5]” “Cuando sus manos desabrocharon mi camisa y el sostén se deslizó al asiento, ni uno solo de mis poros dejó de destilar el azúcar del deseo, la leche de una maternidad inexistente, el zumo de un amor que jugaba la vida en el fin de la decencia y el hambre [6]”.


         En Marcha seca, el exesposo de la protagonista habita el mundo empresarial, en medio de los incendios descubre su parte de responsabilidad, pero le viene con el peso y la fugacidad de lo inmediato. Vocifera promesas. Por eso mismo el lector sabe que será pasajero su compromiso. Por otra parte, está el burócrata del gobierno, cuya corrupción de cierta manera facilita la catástrofe. Su cambio es silencioso. La protagonista lo besa y le pide que duerman juntos, porque en él reconoce un verdadero arrepentimiento. Algo similar tenemos en La semilla, con un elemento policial. No hay buenos y malos. La redención es posible. Gargallo ve matices, los grisáceo del ser humano. Y esto se refleja en los personajes masculinos, que ejercen su poder, participan de la jerarquía en la que los encumbra el dualismo cartesiano, pero con la dialéctica lo trascienden, o en el menor de los casos, lo complejizan.


         Las dicotomías se confrontan y surge un tercero incómodo, un mal tercio que desintegra la dinámica. No se trata sólo de señalar el machismo, sino de ver el carácter socioeconómico, lo racializado, las otras violencias y así extender la mano (o el beso). No es encasillar a la mujer en un papel de víctima perpetua, de virgen ultrajada, de vientre compartido con la Madre Tierra, sino reconocer su lucha como una misma. El pensamiento dualista es el problema. Lo triádico, las triejas, son la respuestas que nos ofrece Gargallo.


         En ese andar dialéctico, hay una necesaria dosis de ingenuidad (cada día más imprescindible), pero sin caer en la ceguera, en un optimismo tóxico que ignora la situación. Las novelas de Gargallo cierran con notas de esperanza, sin dejar de lado el colapso inminente. Es decir, se evita otra bifurcación: o fin absoluto o resolución, o muerte o vida. Otro fin del mundo es posible: sin binarismos, sin dicotomías castrantes. Donde se reconozca la heterogeneidad ontológica y se practique la homogeneidad moral. El dos es el número de la subyugación, del tercero excluido. Sí, es inevitable el colapso, sí, la realidad se desmorona, se acaba el mundo, pero surge uno nuevo. El tres es el número del erotismo.


[1] Francesca Gargallo Celentani. La costra de la tierra. Heredad: Ciudad de México, 2023, p. 45.

[2] Francesca Gargallo Celentani. La semilla (plan campesino de solteras). Heredad: Ciudad de México, 2023, p. 12.

[3] Gargallo. La costra de la tierra. p. 50.

[4] Op. cit., p. 36.

[5] Francesca Gargallo. Marcha seca. Ediciones Era: Distrito Federal, 1999, p. 16.

[6] Francesca Gargallo. Estar en el mundo. Ediciones Era: Distrito Federal, 1994, p. 57.



Danush Montaño es escritor. Licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales. En 2020 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri con su libro La Biblia encarnada (FETA, 2022). Para su tesis de Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea, en la UAM Azcapotzalco, investigó la obra de Francesca Gargallo.

 
 
 

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