Discurso en la aceptación del Premio Joaquín García Icazbalceta a la mejor tesis de licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la UNAM
- Rafael Mondragon
- 19 mar
- 4 Min. de lectura
Por Giselle González Camacho

Quiero empezar tomando un momento para nombrar y recordar a Mariela Vanessa Díaz Valverde, compañera nuestra que se encuentra desaparecida desde abril de 2018 y que nunca deja mis pensamientos.
Esta tesis nació de una pregunta. Yo quería, como los pensadores a los que estudié, salir en busca de romances, coplas y leyendas porque vengo de una familia centrada en la voz, la música y la alegría. Hice una estancia de verano en El Colegio de San Luis para aprender motivos, personajes y sobre todo, el método. Hablé con la Dra. Berenice Granados para visitar la ENES Morelia e iba a comprar mi primera grabadora para los días en campo. Pero la profesora Mónica Quijano, en el seminario de investigación, nos pidió preguntarnos por la historia del concepto que íbamos a estudiar. Así, quien quisiera estudiar motivos de la obra de Rulfo debería preguntarse por la historia del concepto «motivo». Llegué a mi pequeño cuarto de estudiante y me pregunté: ¿cuál es, para empezar, ese concepto que quiero estudiar? ¿«Literatura oral»? ¿O tal vez «recopilación»? Empecé, pues, a preguntarme cuál era la historia de eso que llamamos ahora literaturas populares y recopilaciones pero solo encontraba fuentes estadounidenses de los orígenes del folklorismo. Me pregunté entonces cuál sería en México la historia de esa tradición. La búsqueda me llevó al Cancionero de Margit Frenk y los trabajos de Aurelio González pero yo creía que debía haber algo anterior. Una cosa llevó a otra y de repente estaba frente a una época en la que se cruzaban refugiados comunistas, mujeres revolucionarias e intelectuales sin profesión.
Quizá lo más difícil de la investigación es aprender a despedirse y seleccionar lo que en un momento se es capaz de lograr. Aunque puse el foco solo en dos figuras, las más destacadas, quizá de lo que menos quisiera hablar es de la vida de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, sino de lo que aprendí con esta tesis. Me gustaría poner atención en el hecho, por ejemplo, de que Pedro Henríquez Ureña –un hombre mulato y exiliado– está completamente entramado con la historia de nuestra universidad, pues fue uno de los primeros directores del ahora Centro de Estudios para Extranjeros además de profesor de la Escuela Nacional de Altos Estudios, encargos en los que escribió los textos que estudié.
Inesperadamente, esos viajes y puestos me llevaron a entender que la literatura más que un arte decorativo es un proceso de la vida y por lo tanto, las obras literarias y el pensamiento literario no surgen como hongos, de repente en la tierra gracias a la iluminación de mentes inigualables, sino que forman parte de devenires que responden a intereses materiales, a políticas públicas, a voluntades institucionales.
Quizá de lo que quiero hablar en realidad es de cómo investigar tiene que ver con observar el micelio y las constelaciones para ver cómo lo que solemos estudiar de manera separada forma parte de un mismo desarrollo. Solo así podrá revelarse cómo en un mismo trabajo aparecen Joaquín García Icazbalceta, los corridos tradicionales y los hermanos Grimm. Me gustaría también rescatar la intención de Reyes y Henríquez Ureña de hacer propia la literatura popular porque la tradición es una herencia de toda la humanidad y está hecha de ella misma.
Quisiera agradecer a mi asesor, Rafael Mondragón, quien me regaló desde el primer momento el bello obsequio de la conversación como igual, por enseñarme a no tener miedo de decir «radical» pues esta palabra obedece a su etimología y a veces tenemos que volver a la raíz para entender nuestro presente. Por enseñarme que para ser filóloga hay que ejercer pues como amante de las palabras. Por ser, como Henríquez Ureña, Reyes y Frenk, un maestro que enseña con la vida que los grandes hallazgos comienzan por ver lo pequeño, lo grisáceo, lo que está detrás de las máscaras.
Escribí esta tesis sin muchas aspiraciones durante la pandemia en mi habitación en Chiapas, sin archivos ni bibliotecas disponibles, usando los accesos de mis amigas estudiantes de Berkeley para buscar artículos, hablando en Zoom con especialistas que no conozco presencialmente. Tratando de explicarle a mi mamá por qué esto era importante y alojándome en sesiones virtuales de escritura compartida para no desistir. Por eso también le doy las gracias a mi compañero Javier, mi familia y mis amigas.
En 2015, cuando no era más que una muchacha recién mudada de la frontera sur que traía más libros que zapatos en la maleta, llegué a Ciudad Universitaria y sentí un aire común, la sensación de entrar a un lugar conocido. El sentimiento de refugio. Me aferré a esa primera impresión en los días difíciles y oscuros. Por ello finalmente, agradezco a la Facultad de Filosofía y Letras, al Colegio de Letras Hispánicas y a la Academia Mexicana de la Lengua por confirmar esa intuición. Estoy en casa.
20 de febrero de 2025.
Giselle González Camacho es Licenciada en Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, grado por el que obtuvo el Premio Joaquín García Icazbalceta 2024 de la Academia Mexicana de la Lengua. Ha trabajado como editora para organizaciones no gubernamentales e instituciones universitarias. Escribe e investiga sobre las formas en que la literatura abre espacios para pensar en común.
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