Patria sin héroes
- Alejandra Retana Betancourt
- 23 abr
- 5 Min. de lectura
Por Adriana Delgado Román

En nuestro país la figura de los héroes nacionales ha servido para fundamentar las ideas sobre la creación/construcción de lo que significa México en tanto Estado-Nación. En nuestra historia no sólo existen héroes sino también mártires, personas que sacrificaron su vida, honor, familia, por darle al pueblo mexicano la patria. Los héroes nacionales sostienen sobre sus hombros las narraciones acerca de cómo servir, salvar, amar y proteger a la patria. Son la respuesta ante la figura de los villanos, los malos, los otros; indígenas, mestizos, afrodescendientes.
La narrativa histórica traza la imagen de los héroes en función de sus acciones, sacrificios, valentía, luchas, actos de servicio, compromisos que los llevaron a ser salvadores. Los otros; los villanos son construidos por oposición y dualidad y —para el caso de la historia nacional mestiza— se enmarcan desde categorías racializadas; indígenas, peones, vasallos, aborígenes, rebeldes, hambrientos.
En la historia que narran los libros de texto de educación primaria aparece un marcador lingüístico distinto a los mencionados anteriormente; semisalvaje, una noción utilizada para describir a un personaje no reconocido como héroe: Manuel Lozada. Semisalvaje pertenece a un marcador de fenotipo (color de ojos, piel, estatura) que, a su vez, se sostiene en el racismo científico que agrupa a las razas humanas en función de determinadas características socio-culturales y biológicas que permiten ordenar el mundo en superiores e inferiores para el buen funcionamiento del sistema de opresiones.
La aparición de Lozada en la historia nacional no es para enaltecer su lucha, sino lo contrario, para encasillarlo como un rebelde. Es un personaje mostrado como un villano peligroso. Lozada no es un héroe, es un ladrón, un semisalvaje, un tigre peligroso, un hombre que amenaza, es un otro que no es negro, español o criollo, es un mestizo que está fuera de los contextos de civilización. Manuel tampoco es un esclavo, por el contrario, es un hombre que decide vivir en la sierra entre los animales que también habitan dicho espacio, de ahí que la historia lo racializa y nombra semisalvaje:
Manuel Lozada, el cacique semisalvaje que desde los años de la Intervención se había adueñado de Nayarit, entonces cantón del Estado de Jalisco, amenazó avanzar sobre Guadalajara al frente de 8,000 hombres. Sometido a juicio, fue condenado a muerte. Se le fusiló el 19 de julio de 1873. A Manuel Lozada le decían también el Tigre de Álica, porque desde la sierra de Álica ejercía su poder[1].
En el relato racista de Lozada no hay un proceso de desindianización; no se le quiere hacer parte de la población indígena ni de la mestiza, tampoco de blanqueamiento: no se exalta su nombre porque no dio su vida por la patria. Manuel protegió su territorio de las invasiones, por ello la historia lo describe como un no héroe, un casi villano; salvaje a medias que no puede ser sumado a la nación. Manuel se manifiesta como un defensor[*], un opositor de la conquista y que, actualmente, sigue representando una figura mítica dentro de la historia nacional.
En el reconocimiento de los héroes nacionales los nombres que figuran son, en su mayoría, de varones, esto refleja una visión histórica importante: el componente racial nunca se considera de manera aislada, sino que siempre se entrelaza con otras categorías; como el género. El predominio masculino refleja una perspectiva patriarcal que relega a las mujeres, las limita en la representación y contribuye a la perpetuación de estereotipos que asocian el heroísmo y liderazgo con los hombres.
En este tenor, el limitado registro de heroínas en México se acompaña de biografías breves, menciones ocasionales de nombres de los que, si se indaga a profundidad, no existen muchos datos. Existe un caso muy peculiar en la historia racista nacional: la aparición de Manuela Medina que llama la atención porque no sólo es mujer sino también indígena:
Miércoles 7 de abril. Hoy no se ha hecho fuego ninguno. Llegó en este día a nuestro campo doña Manuela Medina, india natural de Taxco, mujer extraordinaria a quien la junta le dio el título de capitana porque ha hecho varios servicios a la nación, pues ha levantado una compañía y se ha hallado en siete acciones de guerra. Hizo un viaje de más de cuatrocientos kilómetros por conocer al general Morelos. Después de haberlo visto, dijo que ya moría con ese gusto, aunque la despedazase una bomba [2].
El fragmento presentado corresponde, según la fuente citada en el libro de texto, a un extracto del diario de Juan Nepomuceno Rosains, quien fue secretario de Morelos en 1831 durante la toma del puerto de Acapulco.
Es posible que el texto no sea una traducción fiel de los acontecimientos, no obstante, arroja luz sobre la participación de las mujeres en la historia nacional. Manuela Medina fue una capitana de la que se conoce poco, a diferencia por ejemplo de Josefa Ortiz de Domínguez.
Manuela Medina fue un personaje importante en la historia de México, pero el relato nacional es racista y Medina, además de mujer, fue indígena y por ello no está considerada como heroína o salvadora, pese a los servicios prestados a la nación. Los procesos de racialización en México con-centraron sus luchas en héroes mestizos, españoles y criollos. Los negros, mulatos, castas diversas, indígenas no se consideraban dentro del proyecto de nación, aún cuando fuesen personas excepcionales como Manuela.
México-estado-nación ha repetido —incansablemente— relatos de los héroes que, al día de hoy, únicamente se reformulan y expresan con otros discursos, de ahí que se hable de servidores de la patria, luchadores perseverantes, personas comprometidas con el pueblo.
Sin embargo, es preciso reconocer que los cimientos de la nación son cadáveres de los relegados por mito fundacional mestizo, por el borrado de mujeres y hombres que pelearon y contribuyeron a forjar una nación que decidió no contar sus historias: sepultarlas. Es necesario (y urgente) agrandar la memoria, hacer espacio para los silenciados, desenterrar los nombres extraviados de todas las personas que han labrado este país.
[*] El discurso explícito sobre la exclusión de Lozada y de la raza indígena del proyecto político nacional que perduró por décadas empezó a desestabilizarse paulatinamente en vísperas de la Revolución Mexicana (…) ciro B. Ceballos publicó Aurora y ocaso y dedica un capítulo al ‘Tigre de Álica’ en el que, además de reproducir fuentes periodísticas y documentales de su tiempo lo nombra ‘general’, entre comillas, y lo ubica como el ‘producto de una sociedad no salida todavía del desquiciamiento revolucionario’, matizando cualquier rasgo extraordinario, ni sanguinaria ni heroico, pero reproduciendo el discurso racista de la prensa de la época del fusilamiento de Lozada (…) Lozada no era indígena cora, pero su figura se convierte en terreno fértil para abordar ‘el problema indígena’ de la posrevolución, que empieza a examinarse como un problema científico, y la nueva imagen de Lozada se forja como otro, un caudillo indígena constitutivo de la nueva identidad nacional (Lira Larios, 2019, pp. 144-145).
[1] LGT. Historia. Cuarto grado. (1960) p. 131.
[2] LGT. Historia. Cuarto grado. (1993) p. 97.
Adriana Delgado Román (Teloloapan, Guerrero, México. 1992). Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Maestra en Estudios Culturales. Doctora en Estudios Regionales (UNACH). Escritora, poeta e investigadora. Sus líneas de investigación son racismo, libros de texto, estudios de género y feminismo.
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