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Cae la noche

Por Mario Bravo


[Este texto recoge algunos testimonios de padres y madres de personas desaparecidas, mismos que se reunieron en la Plaza de la Constitución ubicada en la Ciudad de México, para alzar la voz en contra de la violencia ejemplificada con el más reciente caso situado en Teuchitlán, Jalisco]



I

Fotografías del autor.
Fotografías del autor.

Pisadas discretas, voces tenues, similares al modo en que uno entra en la habitación de un bebé que duerme.


Cientos de pares de zapatos formados en filas. Tenis, calzado descubierto, botines, sandalias, mocasines, botas ya desgastadas que en otro tiempo tuvieron brillo y elegancia. Zapatos esperando el retorno de un par de pies. Zapatillas de mujer visiblemente ya remendadas de las suelas, al menos, un par de veces. Esta plaza pública, hoy, no vitorea a nadie ni es lugar para frívolas selfies ni se viste de rosa. Esta Plaza de la Constitución, hoy, es más ese lugar sin nombre a donde los desaparecidos van mientras esperan a ser encontrados.


Aquí hay padres y madres de personas desaparecidas. Y la ciudadanía se aproxima con el mismo respeto y cuidado con el que uno se desliza por una habitación en donde hay un bebé durmiendo. No se percibe a alguien que coordine esta protesta, solamente una mujer se agacha y acomoda un par de botas junto a una veladora; más allá, un hombre repite el movimiento: en cuclillas, sobre el pavimento deja unos desgastados zapatos y se incorpora. La imagen se repite decenas de veces. Allí uno cae en cuenta de que es aterradora esa escena: aquello es el recordatorio crudo, feroz, de miles de ausencias.

Nosotros, nosotras, únicamente miramos calzados inertes como si fuesen un batallón de palomas en espera de una orden para emprender el vuelo; pero ellas, ellos, las madres y los padres de desaparecidos, a diario conviven no sólo con tenis o zapatos de sus seres queridos, sino que además miran relojes, camisetas, calzoncillos, toallas, pantalones, fotografías, cepillos de dientes, pijamas, gafas, carteras, aretes, abrigos, suéteres, monederos, calcetines y un sinfín de objetos más que remarcan la ausencia: la invisibilidad del amor que fue escondido y aún no es hallado.


¿Aquí hay un bebé que duerme?


II



–¿Cómo se enteró acerca de la desaparición de su hijo Abraham Zeidy Hernández? –le pregunto a Gustavo, quien sostiene una manta con la ficha de búsqueda de su ser querido.


–Nos hablaron por teléfono. Mi nuera, una madrugada, me llamó para preguntarme si tenía comunicación con él. Desde ahí no he vuelto a saber algo de mi hijo. Quiero saber en dónde está… No importa si está muerto. Debo estar preparado para todo.


–¿El padre de un hijo desaparecido quisiera hallarlo, aunque no esté vivo?


–A estas alturas, sí. Encontrarlo, nada más. Y saber en dónde está. Ojalá en Monterrey, que hay gente buena, se tienten el corazón y anónimamente me envíen un mensaje para saber qué pasó con mi hijo.


¿Cómo se despierta, día a día, con ese dolor? ¿Cómo se sobrevive a la desaparición de un hijo?


–Es horrible. No puedes volver a vivir. A veces, ya no quieres saber nada.


–En el fondo, existe algo que lo motiva a usted a seguir…


–La esperanza. Las autoridades dicen que a mi hijo no lo han encontrado en ninguna cárcel, en el Servicio Médico Forense ni en hospitales. Él no tenía antecedentes, sólo se ponía a trabajar. Mi hijo tiene 33 años y desapareció el 14 de mayo de 2024 en Monterrey. Vivo en la Ciudad de México y debo viajar para hablar con la autoridad y saber qué está pasando. Tengo contacto con el área de desaparecidos de allá; pero hasta ahora ha sido lo mismo.


–¿Usted está organizado en algún colectivo?


–Sí. En el colectivo Desaparecidos Nacional México. Desde octubre de 2024 me encontré con ellos. Nos apoyamos moral y espiritualmente.


–Los gobiernos federales de la 4T, ¿cómo los han tratado a ustedes?


–Aquí estuvimos, respetuosamente, esperando que Andrés Manuel López Obrador nos recibiera: nunca nadie nos atendió. Nos damos cuenta de que no les importamos. Solamente somos objetos para ellos y nos utilizan cuando vienen sus campañas; después nos olvidan. Creo que eso no cambiará porque no tienen sensibilidad ante otro ser humano.


–¿Qué vida dejó pausada su hijo? ¿A qué se dedicaba?


–Trabajaba como taxista. Hablábamos por teléfono, nos saludábamos y todo era cordial. Él tiene a su esposa y un hijo, además de otro hijo en un matrimonio anterior.


–¿Alguna vez se imaginó que usted se hallaría en la figura de un padre ante la ausencia física de su hijo?


–No, amigo, creo que nadie está predispuesto a esto; pero, cuando te ocurre, es lo más fuerte que te puede suceder.


–¿Qué futuro tiene un país con miles y miles de desaparecidos?


–Voy a cumplir 60 años y recuerdo que, cuando éramos jóvenes, caminábamos libres y contentos a las dos o tres de la madrugada. Ahora ya no puedes hacerlo, pues tienes miedo de que te asalten. La delincuencia se ha desatado horrible y la mayoría son jóvenes, eso es muy triste porque no se tientan el corazón para robarte o hacerte daño.


–¿Cómo percibe la respuesta de la ciudadanía durante esta protesta en el Zócalo de la capital mexicana?


–Muy positiva. Ojalá que todo esto vaya más allá de nuestras fronteras y se escuche el grito de las madres y los padres de desaparecidos. Nada más, no queremos otra cosa. Sólo queremos saber y estar en paz.


III



“Es una incertidumbre muy grande, pues una no sabe por lo que han pasado, si todavía está vivo, si comieron, si bebieron… ¡es un dolor muy grande! Se siente una incertidumbre ante la impotencia de que las autoridades no hagan lo que deben hacer”, expresa Perfecta López al interrogarle cómo encara el día a día ante la desaparición de su hijo Johari López López.


–Me imagino que la vida se pausa o se congela ante un suceso tan terrible. Cuénteme, por favor, cómo recuerda el momento en que se enteró sobre este hecho.


–El 19 de abril de 2022 hablé con él. El día anterior fue mi cumpleaños. Diario se comunicaba conmigo, en la mañana y en la tarde, y me decía: “Ya me voy a trabajar. Al rato que regrese, le aviso…” El día 19 me habló en la mañana y me dijo que le tocaba viajar a Vallarta, pues sus patrones tenían que ir a ese lugar; pero después ya no me llamó. Me trasladé a Guadalajara y fui a donde se supone que él vivía: sus amistades me dijeron que, ese día 19 de abril, lo vieron irse a trabajar. Pensé que mi hijo podía haberse accidentado. En Guadalajara me mandaron al Servicio Médico Forense para dar el ADN; aunque nunca han hecho algo. Se supone que asignaron un investigador, pero no hay comunicación con él. La alcaldía no hace nada.


–Hace un rato, charlaba con un padre de una persona desaparecida, y él me decía que, aunque sea muerto; pero necesita saber en dónde está su hijo –le comparto a esta mujer que pareciera estar a punto de rendirse, de apagarse, tal como los cientos de pabilos de las veladoras en el suelo de esta plaza; sin embargo, las flamas resisten al viento, así como también Perfecta se mantiene en pie a pesar de que lleva mil dagas clavadas en su corazón de madre.


–Uno nunca pierde la esperanza de volver a ver a su hijo desaparecido. Sí, quisiera tener la paz de saber si lo cremaron; pero tener, aunque sea, una parte de él y quitarnos la incertidumbre sobre si está sufriendo o no. Él trabajaba como conductor de Uber, y uno de sus pasajeros le ofreció trabajo de chofer particular allá en Guadalajara. He ido a investigar; pero sus supuestos patrones se esconden. He dado con tres residencias de ellos, y cuando los agentes ministeriales llegan, ya no encuentran nada en esas casas. No sabemos si ellos mismos tuvieron que ver con la desaparición de mi hijo; pero, si no tuvieran alguna responsabilidad, ¿por qué se esconden? No sabemos si ellos lo desaparecieron, si lo mandaron a desaparecer o si fue un levantón. No sabemos nada.


Con respecto al trabajo de los distintos órdenes de gobierno en México acerca de la búsqueda de personas desaparecidas, Perfecta no duda en señalar lo siguiente: “Opino que no hacen lo que deben hacer, independientemente del partido en el poder. Los partidos han pasado y México sigue así: perdido por la delincuencia”. La voz de esta mujer, a ratos, se quiebra y rompe en llanto. Pareciera que su fuego se acabará; pero, misteriosamente, reúne fuerzas y burla a la fatiga, al calor extenuante de este mes de marzo. Y como los fueguitos de las velas, ella no se apaga.


–A pesar del dolor y la tristeza que usted siente, todos los días se levanta de su cama y lucha. Hoy está aquí en el Zócalo, ¿cómo le llama a eso que le motiva a no claudicar?


–Esperanza. Tengo fe en que hay un ser supremo y que puede darme la posibilidad de volver a mirar a mi hijo.


–Durante estos tres años, ¿ha soñado con Johari?


–Pocas veces. No he tenido esa dicha. Gente, a mi alrededor, me dice que soñaron con él y su manera de entrar corriendo a la casa mientras iba a comer. Yo no he tenido la dicha de tener esa comunicación con él. No he podido.


–¿Qué opina acerca de la respuesta de la ciudadanía en este zócalo capitalino?


–Siento que faltaron porque veo poca gente. No somos todos los que tenemos un desaparecido.


IV


Mientras cae la noche, decenas de policías resguardan Palacio Nacional. A poca distancia del Zócalo, las personas abordan el Metro y se desplazan por el subterráneo de esta ciudad. Más allá, en la peatonal Madero, un ambiente bullicioso y turístico lo invade todo. Mientras que, junto a los cientos de pares de zapatos colocados unos al lado de los otros, hombres y mujeres persisten en la tarea de encender las velas que intermitentemente se debilitan. Los fueguitos se extinguen aquí, y rápidamente alguien aparece para reintegrarlo, preservarlo. Esto es una tierna y tenaz lucha por salvar la luz e iluminar un país miope que no se da cuenta de su condición: la penumbra.


V


Anna Ajmátova, en un poema escrito en 1913, dijo: “Y estamos vivos de puro amor”. Aquí, esta tarde y esta noche, caminamos como si un bebé durmiera en la habitación. Quizás, no lo sé, dar los pasos con discreción para no perturbar en demasía a las madres y a los padres de personas desaparecidas, además de encender –las veces que hagan falta– esos pabilos de velas apagados por el viento, quizás eso sea un modo de amor. Y ese amor no abre las puertas de Palacio ni encuentra al hijo extraviado, tampoco hace más leve la espera ni clausura al dolor ni a sus demonios; pero, al menos, ilumina momentáneamente la noche.



 

Mario Bravo es psicólogo social, profesor universitario y periodista. Actualmente colabora en el suplemento cultural La Jornada Semanal del periódico mexicano La Jornada.







 
 
 

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